26 de agosto de 2010

Segunda Crónica de "Un viaje a Corea", por Juan Nogueira

Segunda Crónica de "Un viaje a Corea"
- Primer día en Corea -

Juan Nogueira
para el blog
"Corea Socialista"
(Descargar en PDF)

Mi primera noche norcoreana no fue demasiado bien. El jet lag aún hace mella en mí y me desperté en varias ocasiones, la última de ellas cerca de las seis, tras lo cual decidí levantarme.

Bajé a desayunar. La sala hubiese sido tremendamente elegante en los años 70 o incluso 80, pero ahora tiene un irremediable toque retro, que le da el encanto de estar en una especie de burbuja donde el tiempo no avanza desde unos tiempos pasados gloriosos.

El personal es tremendamente agradable y elegante y buena parte del mismo son mujeres. No quería hacer este tipo de valoración, pero faltaría a la verdad si no admitiese que llaman la atención por lo tremendamente guapas que son. No sólo ellas -las trabajadoras del Hotel Koryo- sino en general en cualquier zona donde haya mujeres trabajando de cara al público.

Los coreanos guardan una cierta uniformidad en la forma de vestir, ya que un aspecto que les ha enseñado la Revolución es a apreciar todo aquello que les une. Esto no significa unanimidad, sino similitud dentro de la diferencia.

En el caso de la forma de vestir, por ejemplo, es frecuente ver mujeres utilizando vestidos tradicionales. Eso sí, la gama de colores y modelos es inmensa.

Un aspecto reseñable es que a los coreanos, cada vez más, les gusta cuidar su aspecto físico. El uso de cosméticos es muy frecuente en las mujeres, aún sin el uso obsesivo que existe en los países occidentales. En la ciudad fronteriza de Sinuiju existen varias compañías de cosméticos con cierto renombre dentro del país.

Lo que me sorprendió fue comprobar que los hombres jóvenes también utilizan cremas y productos para mantener su piel en buen estado. Lo pude ver en mis compañeros de viaje del tren.

La diferencia cultural y en forma de actuar entre chinos y coreanos es radical. Los coreanos siempre van estirados, suelen vestir de camisa, hasta el último botón de la misma abrochado. Hablan en voz baja y con delicadeza. Es un sentido del protocolo con el que no cuentan los chinos, más dejados en la forma de vestir (no es raro verles con una camiseta de tirantes que llevan remangada hasta la mitad del abdomen, enseñando parte del cuerpo), hablan muy alto y escupen en la calle.

Cualquier generalización es siempre injusta, pero estaba pensando en esta diferencia cuando desayunaba, por la diferencia entre las formas de chinos y coreanos. Los coreanos, aunque les pese, son herederos del sentido japonés del protocolo.

Más allá de las formas, he de admitir que me encuentro tremendamente a gusto entre chinos y coreanos. Son gente alegre -aunque esto es más obvio en los chinos-, de sonrisa fácil e inocente y muy amigables.

Las camareras del restaurante del hotel me indicaron mi mesa. Cuando me senté, me temí lo peor. De normal, los coreanos no te preguntan si tienes mucha o poca hambre, ni -por descontado- qué quieres comer. Jon Sistiaga olvidó mencionar esta dictadura totalitaria en lo gastronómico.

En previsión de lo que iba a suceder, llamé al camarero y le expliqué -como pude- que no tenía hambre y que, desde luego, no quería huevos fritos para desayunar. Parece que esto último lo entendió, pero para compensar la falta de huevos, decidió incluir crepes de huevo y tortilla francesa, además de las tostadas con mantequilla y mermelada de fresa y yogur natural.

Lo de llamar natural al yogur coreano es muy correcto. Las granjas socialistas suministran diariamente éste y otro tipo de productos a distintos puntos de venta y distribución del país, por lo que está asegurada la calidad y la pureza. No llevan conservantes, por lo que han de consumirse pronto. El sabor es fuerte, ácido y la compostura es casi líquida. En el viaje de 2008, a la mayoría de compañeros de viaje, no les gustaba el yogur coreano, por la acidez. A mí, por el contrario, me encanta: es así como tiene que saber un yogur.

En Corea no se suele tomar café al desayuno -ni en general, a ninguna hora. Si lo pides, te lo sirven. Eso sí, la leche es en polvo, ya que la distribución de leche fresca no se hace a través de canales comerciales, sino directamente a los sectores que la necesitan.

Por ejemplo, los niños reciben diariamente medio litro de leche. Eso sí, la leche no pasa de la tienda a los hogares, sino que se distribuye directamente en las escuelas, evitando el posible mal uso que le pudieran dar vendedores o familias.

En cuanto terminé de desayunar, me preparé para mi primera clase con la KASS. La primera impresión que me trasmitieron mis guías de la Asociación fue muy positiva. Yo tenía el inconfesable temor de que una organización dedicada al estudio teórico de las ciencias sociales y la teoría política estuviese plagada de profesores octogenarios y métodos didácticos más viejos aún.

La sorpresa fue encontrarme con que el Secretario Ejecutivo de la KASS tiene una cara alegre y agradable y tiene 30 años. Es alto, fuerte y se ríe a menudo. Vivió durante un tiempo en Brasil y su pareja es profesora de castellano en la Universidad de Lenguas Extranjeras de Pyongyang, por lo que es capaz de expresarse en un castellano aceptable.

La intérprete personal que me han asignado tiene también 30 años exactamente, pero cualquiera le echaría fácilmente algún año menos. Pasó parte de su juventud en Perú y Venezuela y estudió castellano como carrera.

Es decir, ambos son personas que conocen el mundo exterior, jóvenes y acostumbrados al trato con extranjeros; justo lo contrario de lo que en Occidente pensaríamos de un instituto teórico de la “ortodoxa” Corea.

Tanto él como ella tienen como apellido “Kim”, al igual que el 25% de los coreanos. No tienen relación familiar entre ellos ni con los líderes del país.

Una cosa que me ha sorprendido mucho en el trato con los coreanos, es la excesiva cercanía que tienen a la hora de establecer contacto físico. Generalmente, cuando los españoles salimos fuera, se nos suele achacar que nos acercamos mucho cuando hablamos o que tocamos a nuestros interlocutores con demasiada facilidad. En el caso de Corea, es al revés.

Mi intérprete Kim (en adelante y para distinguirlos, según me dijo ella misma, los llamaré “Kimsita” y “Kimsito”) tiene la costumbre de agarrarme del brazo, tocarme la mano, la cabeza, el hombro, la espalda... Cualquier situación es buena para ella para iniciar contacto físico, tanto si hago una broma como si me estoy a punto de caer por las escaleras, pasando por entrar en un ascensor o que les diga que voy al baño.

El “problema” no es con ella, sino general. Mi compañero del tren me solía acariciar, abrazar o tocar cada vez que se encontraba conmigo por casualidad fuera del compartimento.

Nunca antes había notado tanta cercanía por parte de los coreanos y realmente es algo extraño entre los asiáticos.

Mi primera clase fue bastante aceptable. Tratamos durante más de dos horas la historia de Corea y los aspectos que habían sido clave para su Revolución. Nos adentramos más en las características de la Corea pre-revolucionaria y las soluciones que había encontrado el socialismo coreano para los problemas que existían entonces. De ahí saltamos a un ámbito más teórico, para explicar cómo se dio el proceso de la Revolución Coreana, en un país que no tenía las condiciones clásicamente definidas por el marxismo-leninismo para la construcción del socialismo (partido de vanguardia, capitalismo como modo de producción hegemónico, clase obrera como fuerza hegemónica en la lucha... etc.).

Por supuesto, ahí comenzamos a hablar de marxismo-leninismo y de la idea Juche, desarrollada en Corea. No me extenderé en los contenidos, ya que no creo que sea el contenido apropiado para una crónica.

El ponente fue el O Song Chol, Doctor en Investigación de Ciencias Sociales, de mediana edad y muy jovial. Su tono era muy didáctico y constantemente quería conocer mi opinión. De hecho, la KASS no denomina “clases” a las horas de enseñanza política que recibo, sino “coloquios”.

Se han comprometido a facilitarme un manual y textos complementarios. Lo que me sorprendió bastante fue la gran flexibilidad en cuanto a los contenidos. O Song Chol me preguntó qué era lo que más me interesaba, a lo que yo respondí que todo aquello que me pudiera servir para la Revolución en el Estado Español, más que para comprender la Revolución Coreana. Creo que eso le sorprendió, ya que lamentablemente, en el mundo de la solidaridad con Corea existe bastante seguidismo y poca praxis revolucionaria.

O Song Chol me dijo que la primera regla para los revolucionarios coreanos la resumió Kim Il Sung en la frase: “primero vino la realidad, no la teoría”. Me dijo que él podía enseñarme los aspectos que tengan mayor actualidad para los revolucionarios extranjeros, pero que en cualquier caso, el esfuerzo de tomar aquello útil y desechar lo que no lo es, lo debemos hacer nosotros. Según me dijo, Corea cree que haya donde exista explotación, la experiencia de construcción del socialismo coreano puede ofrecer enseñanzas, sobre todo en países atrasados y dependientes, pero que en cualquier caso, una Revolución ni se copia ni se exporta.

Cuando verdaderamente me convencí de que aquello era un coloquio fue cuando O Song Chol comenzó a preguntarme por la realidad de la juventud española, con especial interés por el papel de la enseñanza, el ocio y la cultura -en particular el cine. Dedicamos casi media hora a esto.

Una vez dimos por terminado el coloquio, nos sorprendió la lluvia. Corea es un país extremadamente húmedo. Pyongyang siempre amanece con una neblina que le da un toque místico. Sin embargo, las nubes y las lluvias quitan encanto a muchas zonas de la ciudad, que parecen más grises y apagadas. La mejor época del año para visitarlo es, sin duda, comienzos de septiembre, cuando ha terminado la época de lluvias, pero la temperatura se mantiene aún en torno a los 25º. Entonces, Pyongyang se convierte en una de las ciudades más bellas del mundo: dominada por los ríos, las zonas verdes, los espacios públicos y los edificios con formas tradicionales.

La preeminencia de lo “nacional” en Corea no está reñido con el carácter internacionalista del socialismo coreano y por una inconfesable admiración por todo lo ruso. Si la realidad política de Corea siempre ha tenido mucho más que ver con las claves políticas que se manejaban en China antes que con las soviéticas, a la hora de la música, las artes, las formas de vestir,... el espejo coreano se miró y se sigue mirando en Moscú. No es únicamente que la música y el cine soviético sean archiconocidos en toda Corea y tengan una difusión masiva, sino que incluso la música folklórica o clásica rusa tienen una aceptación y seguimiento muy alto. Las orquestas rusas tienen en Pyongyang un público fiel y acuden con mucha frecuencia.

La RPD de Corea es un país con una producción cultural amplísima. Existen varias compañías estatales con miles de empleados que producen constantemente piezas musicales, pictóricas, esculturales, películas y de todo tipo. El artista coreano no es un ser aislado que habla sobre sí mismo, sino un poeta del pueblo que va a conocer la realidad de la gente y hace arte para mejorar la sociedad.

Las compañías estatales encargan obras en función de las necesidades sociales y muchas de ellas se hacen de forma colectiva. No es raro que un cuadro tenga varios autores o que haya especialistas en composición de letras, que cooperan con especialistas en partituras, siendo la canción resultante cantada y tocada por otras personas especializadas en instrumentos y en coros.

Estos encargos son la producción mínima que debe hacer todo artista como empleado de una compañía. Por encima de ello, todo artista puede tener su propia elaboración. Conozco por lo menos una cooperativa de arte no estatal: la Ponwha. Además, hay una promoción constante del arte amateur.

Por la tarde pude visitar una exhibición de arte, centrada sobre todo en el Monte Paektu. El Monte Paektu es la montaña más elevada de la Península Coreana y la tradición dice que es el origen de la nación coreana. Fue también un importante asentamiento guerrillero durante la lucha contra el imperialismo japonés.

Después fui a dar una vuelta por la Colina Moran, una increíble zona verde dentro de la ciudad de Pyongyang. Cuenta con varios pabellones de estilo coreano y zonas para hacer picnics. Es una pena que la lluvia impidiera estar más tiempo allá, ya que las vistas de Pyongyang son muy buenas.

Para terminar las visitas del primer día fuimos al barrio de Mansudae, que durante el año pasado sufrió un cambio radical, con la renovación o reconstrucción de más del 50% de sus viviendas. Las familias fueron realojadas de forma gratuita en viviendas modernas que superan los 100 metros cuadrados.

El objetivo de entre 2010 y 2012 es construir en Pyongyang 100'000 nuevos apartamentos del estilo de las del barrio de Mansudae. La ciudad es a día de hoy un gran centro de construcción de nuevas viviendas y reparación de edificios antiguos, aunque de eso hablaré más mañana.

Para la cena tuvimos un banquete junto al director de Estudios Sociales de Europa de la KASS. Conocía bien la historia de España y me preguntó bastante sobre la crisis capitalista y el movimiento comunista en el Estado Español.

La comida fue excesivamente abundante, compuesta por vegetales, una especie de ensaladilla rusa, pescado, sopa de pollo, arroz y otros platos. Desde luego, si en este país alguien pasa hambre, no seré yo. Mi amigo y camarada Pablo Lorente se sentirá muy orgulloso de saber que los platos quedaron vacíos.

Entre los platos que nos sirvieron estaba el Kimchi. Kimchi es una col preparada con especias picantes y en salsa. Se suele servir fría. Personalmente, no se la deseo ni a mi peor enemigo, pero los coreanos la adoran y es uno de sus platos más típicos.

Tener el estómago lleno suele inducir al sueño y eso es precisamente lo que voy a hacer yo ahora: dormir.


Juan Nogueira López



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